Camino de Toledo
Hará cosa de 5 ó 6 años tuve la fortuna de conocer a Iñigo Pérez Redondo, autor para mí de una obra apasionante. Ya antes de aquél primer encuentro, había leído con avidez “Las muertes de Fígaro”, su poemario “Nudos de pausividad” –Premio Aguamixa de poesía 1997-; así como una interesantísima colección de estudios sobre las infinitas conspiraciones políticas habidas en la España del siglo XIX, cuyo nombre no recuerdo. Así que, cuando cruzamos nuestras primeras palabras aquél verano de hace alrededor de 5 ó 6 años, puede decirse que yo jugaba con ventaja al saber quién era.
Coincidimos muy cerca de París, en el archivo de Vincennes, antigua prisión en la que pasó un tiempo Diderot, e hizo de Rousseau un filósofo en sus idas y venidas para visitar al enciclopedista. Me había llegado a aquél lugar aprovechando unas vacaciones, para dar un poco de claridad a los misteriosos manejos de Armando Pignatelli –a quién intentaba biografiar con la ayuda de un amigo-, con nadie más y nadie menos que el mismísimo Napoleón.
Más que conocer a Pérez Redondo, lo que pasó es que se identificó él mismo: mientras hacía cola para recoger un documento, le escuché dar el nombre a la archivera cuando entregaba una hoja de solicitud en la que había olvidado ponerlo. Pensé en abordarlo directamente, pero al final le dejé pasar sin decir palabra. Fue al volver a la sala de lectura, cuando me acerqué a él para saludarle e intentar –si su carácter, que desconocía, se daba a ello-, disfrutar de su conversación. ¡Y vaya que lo fue!.
Voy a ahorrarme –o reservar para otra ocasión-, el detalle de todo lo que estuvimos hablando aquél y los siguientes días que coincidimos en el archivo, tanto en los momentos de espera, como en nuestras fugaces salidas al exterior para fumar. Pasamos rápidamente de la clásica desconfianza que se da en ese mundillo a revelar sobre lo que se está investigando, a una total familiaridad que nos llevó a tratar el tabú del contenido de nuestras respectivas pesquisas y compartir las dificultades que encontrábamos.
Pasó que hablando de conspiraciones y gentes de fortuna, que era el tema que nos había llevado a ambos hasta allí, me contó casi de pasada que entre los papeles referidos a exiliados españoles implicados en los hechos de la Commune de 1871, había dado con un detallado informe de la policía francesa acerca de un tal Pedro Onara. Según parece era un ex-seminarista huido de un monasterio lebaniego, del que se daban noticias muy anteriores a su llegada a Paris, por ejemplo –según me dijo-, de su abandono de la carrera eclesiástica antes de que tuviera inicio, de su relación con una extraña sociedad secreta; o de su participación en unos poco claros sucesos que tuvieron lugar en Toledo allá por el año 1869.
Desde aquél encuentro en Vincennes, Pérez Redondo y yo hemos mantenido el contacto gracias, sobre todo, al correo electrónico. Así, he seguido con verdadero interés la complicada investigación que en aquella ocasión le llevó a París, y ahora está a punto de finalizar después de interminables dificultades.
- A excepción de mí, no creo que haya nadie en el mundo capaz de leer la mole que me ha salido… -suele decir a propósito de su libro sobre un grupo de españoles que participaron en la Commune.
- Se hará un esfuerzo –le respondo medio en broma-, ¡y si no esperaremos a que salga la película!
Bromas aparte, a este amigo he de agradecer especialmente unas cuantas cosas: primero, y más importante, el haberme concedido de manera tan generosa su amistad y confianza; en segundo lugar, el desinteresado detalle de acudir a Zaragoza y Carrión para avalar con su persona la presentación de mis libros que ha visto nacer; y, por último, el abrirme el camino para que hoy escriba estas líneas desde Toledo. ¿Porqué? Porque me he llegado hasta aquí, aprovechando de nuevo unas vacaciones, con la intención de empezar una nueva andadura que, si los dioses me son favorables, me llevará a trasladar al papel las vivencias un misterioso conspirador del que sabemos poco más de lo que se ha contado hasta ahora.
Hay alguna cosa más que espero desvelar a su debido tiempo. Y de lo que vaya aconteciendo estos días por aquí, voy tomando cumplida nota para trasladarlo también a este cuaderno.
Pero antes, me gustaría llevar al paciente lector a otro de los orígenes de la escritura de esta historia, ya que si el primero está en lo que acabo de contar, para llegar al segundo deberemos remontarnos atrás más de mil años…
Y eso, espero contarlo dentro de poco.
En ascuas nos tiene de nuevo y a su disposición para leer y disfrutar las próximas entregas.
ResponderEliminarA la espera quedo.
Un abrazo, querido Charles.
Esperemos que no se me desvíe ni el ánimo ni el interés por lo que ahora tengo que contar. Para ayudarme, están las notas que he ido tomando estos días -alguna de ellas podrá resultarle muy familiar-, y también, hasta donde pueda contar, las indicaciones de Iñigo.
ResponderEliminarMuchas salud para los dos, querida amiga.
Cáspita (iba a escribir otra palabra más corta, también con C) qué intriga.
ResponderEliminarOtra foto muy bonita.
espero, no tener que esperar a que salga la película,
ResponderEliminarah!, poquito más y le sale el cuadro del greco
http://www.historia-del-arte-erotico.com/1571_el_greco/El%20Greco-1610-14-Laocoon-National%20gallery%20of%20art-Washing.jpg
las nubes las ha sacado.
por cierto el mismo día 5 me hicieron de nuevo la degollada en la web, esto, lo único que no fue un placer ese día.
Creo recordar que no hacía mucho desde nuestro conocimiento, o quizás el tiempo vuela, cuando leí aquella maravillosa recomendación de "Las muertes de Fígaro".
ResponderEliminarBrillante, muy brillante....
Ahora comprendo como debían sentirse los lectores de Dikens (por poner un ejemplo) cuando publicaba sus obras en prensa.
Un abrazo y salud.
Caray!, imagino. Veremos en que queda todo esto. Les cuento.
ResponderEliminarLo de las degollinas de su cuaderno es algo que no tiene nombre: lo mismo vas y no hay nada, como que te encuentras con una anotación pasando al escabeche. ¿El día 5?, para mi que fue el no haber comido finalmente macarrones ese día...
ResponderEliminarSalud, querido amigo
Buena memoria !Si Señor!. Me había apostado a mí mismo si alguien recordaría una reseña de !octubre de 2006!. De los "Nudos de pausividad" hablo casi exactamente un año antes, y entre ambas fechas tuvo lugar nuestro conocimiento...
ResponderEliminarPor cierto, ¿alguien recuerda el aguamixa? je, je...
Cerca de 6 años. Casi nada... Casualmente, hace unos días hablaba con otro de los veteranos de esta casa del tiempo que llevamos compartido en esto de los blogs. !Que recuerdos, sobre todo de la animación que había por nuestro barrio allá por los años 6-8!
Por cierto, que dentro de una semana, Charles cumple 7 años como blogero...
Muchas gracias por tus palabras, amigo Herri, me animan a seguir intentando dar una forma coherente a mis textos.
Mucha salud
Esa es de mejpr educación.
ResponderEliminarComo no recordarlo, al principio me desconcertó aquella reseña, a que voy a negarlo, pero me encantó.
ResponderEliminarLo del aguamixa trajo cola.... que hermosa palabra.
Sí, lo de los años 6-8 fué una época en la que los vecinos estábamos muy activos y fué maravilloso, afortunadamente quedas tu para recordárnoslo y seguir animando el patio.
Brindaremos con un buen armagnac por esos 7 años compagnon.
Un abrazo.
Sigue también en pie nuestro Anarkasis, aunque a juzgar por los dolores de entrañas que está sufriendo su servidor, lo mismo se nos queda silente durante una temporada.
ResponderEliminarA lo del Armagnac me apunto, como no, que es una buena razón para celebrar algo.
De cualquier manera, espero seguir contar con vuestra compañía durante mucho tiempo, incluso ahora que pronto pienso haceros retroceder a los finales del siglo VIII…
Mucha salud, compagnon
Impresionante crónica, o introducción a la misma y uso de la palabra en ella.
ResponderEliminarMe obligas a volver para conocer el resto de la historia.
Un saludo
Muchas gracias Mientrasleo. Estaré encantado de volverte a ver por aquí.
ResponderEliminarSalud
[...] Onara, apellidado curiosamente del mismo modo que el pueblo, cuento algo en mi última anotación “Camino de Toledo”, explicando que voy a empezar a investigar sobre la vida de este curioso personaje. Quizá haya [...]
ResponderEliminarCreo que está prohibido por las ordenanzas municipales de Toledo y, de seguro, también en diversos tratados internacionales, dejar a los lectores con la miel en los labios. Así que ándese con cuidado. :-)
ResponderEliminarEn serio, un placer volverte a leerte, a que me despiertes la intriga por ese tocayo conspirador. Y gracias, asimismo por la foto, que sé agradecerte porque se relaciona con lo que te pedí una vez. Gracias por la imagen toledana, donde se aprecia al chico de la nieve enorme y seguramente a su mamá, Larrouge, al lado paseando.
Un abrazo.
Procuraré, querido amigo, no jugarmela demasiado en esto de incumplir las ordenanzas Toledanas.Espero que la semana que viene pueda daros cuenta del siguiente paso de la historia.
ResponderEliminarEl placer es mio, de verte de vuelta. Pena no haber podido coincidir aunque sea el tiempo suficiente para compartir un café. La próxima vez será.
Salud