Impresiones

bicicleta celador

1

Su modo de tratar a los demás me trajo al recuerdo al párroco de un pueblo de Lugo que tuve el mal gusto de conocer, aunque al menos el cura podría justificarse en su concepto brutal, trasnochado y caciquil del universo. Este ni eso. No tiene su lugar. Trabaja en un Archivo de Toledo al pie de la calle Trinidad, pero lo mismo lo podía haber hecho en una zapatería, un colmado o como responsable de una cartera ministerial. El hombre en cuestión no sirve para nada, por lo que podría metérsele en cualquier sitio. Desdeña las obligaciones de su puesto de trabajo con la seguridad de quién se ve bien protegido, mejor diríamos apadrinado, mostrándose soez y desagradable tanto en su aspecto como en su comportamiento. Es lamentable que estando las cosas como están, tengan cabida en cualquier puesto de trabajo recomendados como éste, que parecen ignorar dónde están, a qué se dedican, e incluso que el título que les ha llevado hasta ahí es el de inútil absoluto.


2

Estaba sentado en el suelo de la Plaza de Santa María de Cáceres, apoyando sus espaldas a la pared de la Catedral. Rasgaba la guitarra mientras nos observaba pasar con una mirada distraída, como quién deja fluir al tiempo a su propio ritmo. La tranquilidad y el silencio eran absolutos en aquél lugar. Mas llegó entonces a la plaza un grupo de visitantes que parecían ser paisanos suyos. Le animaron a que cantara algo. Sin hacerse de rogar mucho, el joven se soltó con gran fuerza a cantar aires sureños de un modo que lleno aquél silencio de vida, borró con su voz lo que hasta entonces nos rodeaba, para pintar en ese mismo lugar a aquellas personas que le animaban antes a cantar, bailando ahora entre risas y gritos de ¡Olé, primo! Acababa de experimentar la experiencia de viajar de un lugar a otro, de lo más gris a lo más iluminado, en un instante, sin dar un solo paso.


3

Lo peor de la ciclogénesis nos cogió en Las Herencias (Toledo) mientras paseábamos antes de cenar algo, ya con la anochecida, a orillas del Tajo. El aguacero nos hizo correr en busca de un lugar donde guarecernos, hasta que dimos con uno gracias a que un hombre que estaba ahí nos hacía señales con su bastón para que corriéramos. Se llamaba Orencio Sanchez. Había pasado la noche anterior celebrando la víspera de navidad con dos de sus hijas que trabajan en el Corte Inglés de Talavera y ese día había comido en el pueblo con otro de sus hijos y su familia. Se veía a si mismo feliz, satisfecho, con hermosos recuerdos de cuando era joven y acudía con sus amigos al  río a pescar barbos.  A pesar de todo, se resentía por el peso de la viudedad con la que cargaba desde hace ya 17 años, cuando perdió a la persona con la que era, como él mismo dijo, como uña y carne.


4

Lo que aquello era se me quedó impreso desde el mismo momento en que lo vi: una simple bicicleta, bastante vieja, con el número 217 y de la que se indicaba que había pertenecido al celador de telefónica de Albarracín allá por los años 30. Después, he sabido que la escritora Fina Casalderrey le ha dedicado un pequeño cuento. Está en el Espacio que la Fundación Telefónica tiene al comienzo de Fuencarral. Observándola, era inevitable imaginarla con su dueño recorriendo penosamente aquellos accidentados caminos. Seguramente, el celador compartió con ella más secretos que con nadie que conociera. Y ahora estaba ahí. Sola. Silente.


5

Lo encontramos en la Sala de Modelismo del Museo del Ferrocarril en Madrid. A primera vista su aspecto es el de un sabio loco: delgado, alto, mirada distraída, y con la barba y el pelo algo revuelto. No sé por qué pero me recordó a Tamariz, mientras lo miraba todo concentrado montando sobre el rail de un diorama la miniatura de una locomotora. Creo recordar que se llamaba Felipe y su padre había sido ferroviario. De ahí venía sin duda su amor a todo aquello. Nos paramos a charlar frente a una reproducción de la frontera del Bidasoa entre Irún y Hendaya, compartiendo viejas historias de contrabandos y extraperlos: entonces no era sino otra oportunidad de poder completar la puchera para las gentes que asomaban por las fronteras del país.


6No me quedó claro si era restaurante, bar, hotel de carretera o qué, pero doy fe de que esos torreznos que tan orgullosamente ofrece a sus clientes el dueño del Avis en Alcolea del Pinar, son de los más grandes y deliciosos que ha probado este miserable peregrino. Tenían una textura limpia, libre de rastro de aceites de fritura, crujiente y acompañada de generosas vetas de jamón que, en aquella fría mañana del 30 de diciembre, a uno le templaban los sentidos.


7

De Borja se habla mucho últimamente por eso del famoso “Ecce Homo”, aunque si les digo la verdad, debería hablarse desde mucho antes, pues habiendo sido así, quizá se hubiera podido salvar algo más de ese desconocido relicario del barroco español. Allí nos citamos con unos amigos para comer, hablar de nuestro viaje y de las habituales insustancialidades que ocupan mi conversación. Mientras cruzábamos la puerta de Zaragoza en dirección a la plaza del mercado, una mujer me detuvo para preguntarme por el Hostal Gabás. Sin pensarlo mucho le indiqué correctamente el modo de llegar a aquél lugar, a unos 5 minutos de allá. Quedaron extrañados mis amigos, queriendo saber el motivo por el que conocía tan bien aquél lugar. En ese hostal, les respondí, hace muchos años, pasé tres días entre la vida y la muerte.

Comentarios

  1. Gracias por tu regalo de reyes adelantado.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Me sumo al comentario de Vere.
    Una lee sus crónicas y se le llena de serenidad el ánimo.
    Un abrazo enorme.

    ResponderEliminar
  3. Me pregunto si el sureño habría pasado en Cáceres un examen como el que hace el Ayuntamiento de Madrid para autorizarlo a que cante en la calle.

    ResponderEliminar
  4. La esencia de lo que se vive son esos flashes que iluminan la mente cuando se hace memoria del pasado inmediato.
    Gran y enriquededor recorrido el que brindas con este retablo.

    ResponderEliminar
  5. De nada, Vere, gracias a vosotros por pasaros por aquí y dejar unas palabras.
    Salud!

    ResponderEliminar
  6. Y yo le sumo al agradecimiento dado a Vere ;-) Pues mire usté que en alguna hay algo de bilis...
    Salud para los 2!

    ResponderEliminar
  7. Estoy seguro que aún haciéndolo tan bien como aquél día que cuento, no lo pasaría. En la cola estaría antes el archivero de Toledo, aunque lo único que sabe tocar son sus maracas...

    Salud!

    ResponderEliminar
  8. Gracias por tus palabras. Lo veo igual, en el sentido de que son esas impresiones, o flashes, las que pueden descubrir la esencia de lo vivido.
    Salud!

    ResponderEliminar
  9. .... Y nos quedamos con la intriga de lo que ocurrió hace años en el Hostal Gabás.

    ResponderEliminar
  10. Jajajaja. Pero mejor nos olvidamos del archivero y nos quedamos con todo lo demás.
    Un fuerte abrazo de todos

    ResponderEliminar
  11. Si, si, mejor lo olvidamos, esperando no volver a encontrarlo por allá la próxima vez que me asome.

    Salud2

    ResponderEliminar
  12. ... pues lo mismo lo reservo para otra anotación.

    Saludos

    ResponderEliminar
  13. He estado viendo fotos de torreznos y me ha venido a la memoria que mi madre -castellana- los hacía en tiempos remotos, antes de que se hablara del colesterol.

    ResponderEliminar
  14. Seguro que estaban buenísimos. Muy mala fe hay que tener para inventar eso del colesterol...

    ResponderEliminar
  15. Eran cuadraditos, no alargados. Por otra parte, el colesterol solo lo tiene quien se hace análisis.

    ResponderEliminar
  16. Supongo que en esto de los torreznos, como en todo, habrá sus variantes según la zona. Cuadraditos eran también los que comí en el bar Sanchez, en Las Herencias, cerca de Talavera. Los daban a modo de ración de pinchos, es decir: en un plato grande, varios de ellos pequeñitos y cuadrados con su palillo sobre un pedazo de pan… Muy buenos también. Los del Avis que menciono en la anotación eran diferentes. de memoria les calculo unos 15 a 20 cms, por lo que se puede imaginar que sirven uno y sin pan ni ná.

    Espoleada la curiosidad por tu comentario, me he encontrado que debe haber un lugar cerca de la Plaza Mayor de Valladolid en el que:

    “Los hacen de papada de cerdo, una pieza triangular que venden los chacineros adobada en pimenton, y no demasiado seca, que en el bar mencionado fríen entera, y cortan en lochas gorditas y humeantes en el momento de servirla. Deliciosas, con su cortecita, su grasita y su veta carnosa”

    Vamos, que está pendiente por hacerse una guía del Torrezno Ibérico. Apasionante sin duda. Tanto como para el colesterol frecuentar los análisis.

    Salud!

    ResponderEliminar
  17. Los mejores torreznos los hallé en Soria, parecían hechos para contrarrestar la gelidez del tiempo y la, a veces, austeridad castellana. No les hago mucho pero recuerdo bien aquella delicia crujiente y con su grasa justa.

    Me gusta, se disfrutan esas briznas de tus vacaciones, desde el desagradable bibliotecario, sin duda un enchufado, a la intriga de lo acontecido en Gabás.. Sí puedes, para otra nos damos una vuelta por Aranjuez o nos perdemos por alguna tasca de los madriles.

    Abrazos.

    ResponderEliminar
  18. Un enchufado. No hay duda. Y parece ser que desde muy alto. ¿Si puedo? !Estaré encantado de darte aviso la próxima vez que asome por allá! Cuenta con ello, amigo

    Abrazos

    ResponderEliminar
  19. mI suegro dice que voy a morir un día de una tripada de torreznos, y el diablo, creo, no hace fe ya de mi, sabiendo que me va a comprar por una sartenada. Pero el uno no deja de freírmelos, ni yo en ir a por ellos los esconda donde los esconda, Así mientra tanto el otro, me lia y me lia últimamente lo suficiente como para llegar tarde a este plato de torreznos gramaticales, e impresiones de la vida que nos has dejado.
    Un tardío saludo

    ResponderEliminar
  20. Disfrute usted lo que pueda de los torreznos cuando su ocupación se lo permita y olvidese de puntualidades que lo importante es llegar. Gracias por el tiempo.

    Salud!

    ResponderEliminar
  21. ¿Y que me dicen ustedes de las lentejas con torreznos dentro? Tocino ibérico de la sierra de Huelva, para más señas.

    ResponderEliminar
  22. No las he probado, la verdad. Pero me gustan mucho los buenos potajes -todo lo que se come con cuchara-, y me gustan los torreznos, así que... tiene que estar bueno de necesidad. ¿De la Sierra de Huelva? de un lugar de aquella provincia, Cumbres Mayores le dicen, es el jamón que más ha apreciado mi paladar. Difícil de olvidar...

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Un día como el de hoy

Un mundo nuevo

La colina de Santa Bárbara